
Su llegada a la escena pública, iniciada pocos años antes, no fue producto del azar. Cada paso dado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión a la Vicepresidencia de la Nación durante el gobierno de Edelmiro Farrel, significó el corolario de una carrera política signada por la preparación profesional, amor a la patria y enorme sentido de responsabilidad al servicio de un pueblo sediento de justicia social.
No fue fácil ganar aquellas elecciones. Con la intervención de la Embajada de Estados Unidos nucleando a todo el arco opositor privilegiado y seudonacional, Perón sabía de entrada que la cosa no sería fácil. Por ello su lema de campaña «Braden o Perón» resumía el espíritu de los cambios e ideas que vendrían. El interés nacional, la patria y la dignidad de los argentinos con crecimiento real, versus la patria para unos pocos, serviles a los poderes económico-financieros y dominados eternamente por intereses antinacionales.
Además Perón traía consigo una nueva ideología humanista, nacional y popular, la cual venía a resolver –entre otras cosas- problemas del sector trabajador argentino, sojuzgado por la discriminación y el fraude imperantes durante décadas. A nivel internacional, el justicialismo no se sometía a los poderosos de entonces. Ni capitalistas, ni comunistas, justicialistas. «La Nueva Argentina» de la tercera vía buscaba ser económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana; un peligroso ejemplo para la región y modelo de liberación para los oprimidos del mundo. No queríamos ser el patio trasero de nadie.

En el plano interno, Perón comprendió que los trabajadores sindicalizados debían fortalecerse como columna vertebral del país, para su crecimiento y enriquecimiento autogestionado. El Estado actuaría como un árbitro justo entre éstos y las patronales, garantizando así acuerdos beneficiosos para ambos, haciendo que cada uno se realizara conforme su función social, sin avasallar el derecho del otro. Era una política inteligente de complementación estratégica, de empatía y sentido común, no de meros enfrentamientos, destinada a beneficiar al conjunto de los argentinos.
Líder popular, estratega, estadista, visionario, ser humano al fin con sus defectos y virtudes, Perón completó su exitosa fórmula política con una mujer salida del pueblo, leal y positivamente transgresora. Eva Perón entendió –con su natural inteligencia-, que éste singular argentino venía a revolucionar el país con una prédica doctrinaria inédita, centrada en el hombre, en sus necesidades y aspiraciones, actuando en el marco de una comunidad organizada.
Esa joven mujer fue mucho más que la conquista del voto para sus congéneres o el «puente de amor» entre Perón y su pueblo. Fue la mística y fuerza vital de ese movimiento nacional sin precedentes. Auto declarada fanática de esa cruzada. Sólo a ella le quedó tan bien ese rasgo personal descalificado por sus «odiadores racionalistas». Con ella la justicia social tomó forma en infinidad de derechos sociales y bienes materiales distribuidos con el objetivo de alcanzar «la felicidad del pueblo».
Aquel justicialismo primigenio buscó –con aciertos y errores- darle al país una realidad superadora, dignificando la vida de los olvidados, socializando sus oportunidades y haciéndoles sentir a todos componentes importantes de un proyecto de país inclusivo. Fue un proceso complejo, como toda revolución, pero no imposible mientras duró. El miserable golpe del 55 con el bombardeo sobre civiles inocentes, la tortura y muerte de miles de militantes, sumada a la proscripción del justicialismo, pondrían fin al sueño de la «Argentina Potencia», hundiéndonos nuevamente en el atraso humano y material.
Por ello estos aniversarios deben interpelarnos, hacernos reflexionar para no repetir los errores del pasado, permitiéndonos construir un presente libre de odios y enfrentamientos inútiles. Hoy las sociedades se debaten entre honestos y delincuentes, trabajadores y parásitos, populares y elitistas, leales y traidores, patriotas y vendepatria, egoístas y altruistas, avaros y generosos.
Argentina necesita un «renacimiento moral», capaz de saldar todas aquellas miserias pasadas y presentes de nuestro ser… porque el problema es exclusivamente humano, no político, económico o ideológico. Esa es la lucha que debemos dar, la única verdadera, la lucha por ser mejores seres humanos. En dicho proceso de construcción colectiva, todos tenemos algo que aportar, sin importar roles, jerarquías, títulos o cargos detentados. Solo dispuestos con la razón y el amor al prójimo necesarios.
Por su parte, la política debe ser ese instrumento posible, consensuado y generoso creado para alcanzar la dignidad de seres que aspiran a ser tratados como iguales, felices y plenos de posibilidades. Dejemos de lado la crítica vacía, el pesimismo y participemos. Evitémonos entre todos la vergüenza de convertir la praxis política en una escenificación grotesca, dañina y sin sentido.
*Prof. Silvio Javier Arias
Afiliado Justicialista
Asesor Legislativo