Tras la renuncia a la carrera presidencial de este año, la dos veces ex presidenta de la nación y actual vice Cristina Fernández de Kirchner, llamó a sus herederos a elaborar un proyecto de gobierno que “vuelva a enamorar a los argentinos y argentinas”, en el contexto de un clima político, social y económico de profundos desafíos y cambios insoslayables.
La profesión política tiene la característica de avizorar escenarios superadores y posibles, darle un sentido a la vida, aprender de los errores cometidos para no repetirlos e implementar nuevas formas de acción y pensamiento, en una búsqueda constante por alcanzar el bien común. En ese plano, el justicialismo argentino orbita la vida pública del país desde 1946, con aciertos y errores, pero jamás indiferente a sus avatares. La originalidad de su propuesta, simple, práctica, popular y humanista al decir de su creador fue transfigurándose conforme la impronta de los tiempos y sus propios ejecutores.
A mediados del siglo XX, el “peronismo de Perón” embanderado en la búsqueda de la justicia social, asumió la representación casi exclusiva del sector trabajador argentino, largamente sometido por los poderosos de siempre. Paralelamente existieron otras formas políticas que se habían arrogado tal misión, sin embargo ninguna como el justicialismo para implementar leyes y crear nuevas que le dieran dignidad al principal eslabón del engranaje social, político y productivo nacional, enfrentando con fuerza y contundencia a esos mismos poderes, que hoy también siguen obstaculizando el porvenir de las y los argentinos.
Con avances y retrocesos, ese peronismo fundacional tuvo una visión desde la Argentina para la Argentina y desde ella para el mundo, de sus problemas, potencialidades y desafíos. Actuó en consecuencia y supo manejar el poder, hasta volverse imprescindible en la vida política del país, reivindicado todas las veces por el voto popular, pero también proscripto por el autoritarismo feroz de quienes intentaron su desaparición… casi ochenta años después nada cambió.
Hoy el justicialismo del siglo XXI transita nuevos desafíos. Cristina lo sabe perfectamente y por ello reclama un proyecto de gobierno contundente, transversal e integral en su construcción a corto, mediano y largo plazo; un nuevo proyecto nacional capaz de reordenar el funcionamiento de los diferentes actores participantes en la vida pública, reestableciendo prioridades y promoviendo mejores desempeños personales.
Los ejecutores de dicho proyecto deberán estar a la altura de semejante empresa. Deberá hacerse realidad el tradicional apotegma doctrinario “primero la patria, luego el movimiento y por último los hombres”, de lo contrario volveremos a caer en la ceguera acostumbrada del personalismo obtuso que emana de los “egos y ambiciones mal colocados”, artífices de la destrucción colectiva.
Resulta insultante y amoral que en un país tremendamente rico como la Argentina, un niño o un anciano pasen hambre, que una familia trabajadora no pueda cubrir sus necesidades básicas, víctimas de una dirigencia soberbia y egoísta incapaz de ver más allá de sus propios intereses, inútiles para avizorar soluciones ante semejante tragedia social.
Si podemos mandar satélites al espacio, también podremos evitarle la indignidad de la limosna a nuestros sectores más vulnerables de la sociedad. Si Eva Perón pudo hacerlo a mediados del siglo pasado, hoy también podemos hacerlo, con mayores recursos y efectividad. Porque no faltan herramientas materiales y humanas para revertir lo expuesto, lo que sobran son caraduras e insensibles en lugares de decisión donde “no funcionan” como servidores públicos.
En el país de las “grietas” estimuladas mediáticamente, la única grieta mental a tener presente es aquella que nos divide entre democráticos y autoritarios, solidarios y egoístas, honestos y corruptos, empáticos y apáticos, profesionales de la política y “vende humo” transitorios; solo así podremos posicionarnos del lado correcto de la historia, cuando estemos llamados a defender públicamente la cosa pública y los intereses de las mayorías. Ya con eso haríamos una saludable diferencia, en pos del mejoramiento político y social al que nos suma Cristina, con asamblea popular mediante.
En éstos cuarenta años de democracia, hemos aprendido que ningún partido político necesita de liderazgos “venerables e incuestionables”, cuasi monárquicos. Los personalismos, característicos en sistemas presidencialistas como el nuestro, dañan al país por su visión acotada y antidemocrática. Los obsecuentes acríticos y alcahuetes de ocasión, siempre a la sombra de quienes dicen defender, le han hecho un flaco favor al desempeño adecuado de infinidad de gestiones y destinos políticos personales. La autoridad política se ejerce con serenidad y sabiduría, sin estridencias decorativas. El pueblo debe ser escuchado y convocado por sus representantes en dicho ejercicio de poder, solo de esa manera será legitimado diariamente por éste.
No necesitamos de políticos/as construidos/as mediáticamente al amparo de una empresa de marketing, usados para fines inconfesables en detrimento de mayorías democráticas y trabajadoras. Los tiempos que corren reclaman representantes profesionales, empáticos y receptivos con las demandas de sus representados, seres capaces de ver la trascendencia de su función en beneficio de los otros y no de sí mismos. Está comprobado que las vanidades personales no colaboran con el servicio público, más bien lo confunden y desvían de su propósito central: escuchar, prever, solucionar, crear, amparar, desarrollar, esperanzar…
En ese proceso de construcción de un proyecto para volver a “enamorarnos de la política”, el justicialismo debe sostener sus banderas identitarias, pero también acusar recibo de sus desaciertos. Perón creó una expresión política que venía a representar los intereses del sector trabajador argentino, sin conflictos de clase y al amparo de un Estado justo, libre y soberano. La dignidad que crea el trabajo en los hombres debe volver a ser prioritaria. Debe rescatarse el concepto de ayuda social como la atención urgente en situaciones urgentes, no como la continuidad paternalista de un Estado subsidiario que prolonga la situación del que sufre, sino la de aquel que lo libera con herramientas para su emancipación y dignidad personal.
“En una país dónde aún todo está por hacerse”, la cultura el trabajo se construye con más trabajo. El esfuerzo personal, un proyecto de vida y la posibilidad del ascenso social son factibles cuando convergen desde la comunidad y el Estado las mismas finalidades y deseos, sin oponerse.
El justicialismo, con su tradicional capacidad transformadora en beneficio de todos, es el indicado para implementar ese nuevo “capitalismo humanizado” que se reclama en muchas partes del mundo. De su mano, es posible retomar una política pensada en el hombre y su medioambiente. Una política capaz de redistribuir ingresos y oportunidades, de impronta moderada e inteligente, evitando los extremos ideológicos que tanto han dañado a nuestro sistema democrático.
La política justicialista no debe ver enemigos en el sector privado interno, ni amigos exclusivos en el concierto internacional, debe sumar socios estratégicos y vitales para el desarrollo de nuestras comunidades. Unidos todos en pos de una sinergia inagotable de proyectos, ideas, realizaciones y desafíos, para el crecimiento humano y material de éste gran país: la Argentina.
En un mundo dolorosamente injusto –pero no imposible de ser modificado- donde habitamos más de seis mil millones de personas y sólo ciento cincuenta mil lo administran perversamente, acaparando riquezas obscenas mientras otros tantos millones mueren de hambre, violencia y privaciones, la mirada justicialista se vuelve imprescindible para desandar un camino superador que reconcilie realidades hoy opuestas entre representantes y representados, porque hay que decirlo con todas las letras: la crisis es política y moral, con una consecuencia económica.
Empecemos por no mentirnos ocultando una realidad que debe ser asumida con verdad y justicia ante la sociedad, volviendo de esa manera a la esencia misma de la política que deseamos: un servicio público eficaz, empático, equitativo, liberador de conciencias y artífice de un destino común sin exclusiones de ninguna índole. Ésta es la inteligencia que debemos tener para salir del laberinto expuesto por la compañera Cristina en su mensaje, salir del mismo para destruirlo, construyendo colectivamente sobre sus restos una fortaleza digna, superadora y posible. Ya lo hicimos, podemos volver hacerlo.
*Silvio J. Arias
Prof. en Ciencia Política
Asesor Legislativo – FREJUPA – La Pampa