
Todo el mundo tiene sus elegidos a la hora de pisar un Kiosco. Si bien todos tienen gustos distintos, ya que hay algunos que tienen debilidad por las gomitas, otros por los chocolates, barritas de cereal o confites, y otros por los chicles o caramelos, hay productos que tienen una aceptación universal y son aclamados por todos. Pero no es el caso de los caramelos Media Hora, el producto más antiguo de los kioskos argentinos que genera tanto amor como odio.
A lo largo de su historia ha generado una grieta en la clientela de los kioskos: aquellos que los aman, y los que no los pueden tragar. Ninguna parte comprende a la otra y quedó claro que no hay grises. O se es fanático de esta golosina o su sabor es repudiado. Su envoltorio con un reloj impreso y sus múltiples colores (a pesar de que todos tengan el mismo gusto) son un clásico amado, u odiado.
Su sabor nace del anetol, un compuesto orgánico que se puede encontrar en el anís estrellado y el hinojo que a muchos les genera adicción, y otros no lo toleran. Pero, ¿Quien creó esta golosina de la discorda? Todo comenzó con un inmigrante español llamado Rufino Meana, que llegó a la Argentina con su virtud de visionario y en 1937 abrió una fábrica de golosinas en Chacarita.


Comenzó produciendo alfajores y luego siguió con los caramelos. Cuando mudó su fábrica a Cañuelas comenzó con el proyecto Media Hora. Ya había innovado fabricando caramelos con sabor a dulce de leche, y esa no sería su máxima innovación.