Con una extensión máxima de aproximadamente 22 millones de kilómetros cuadrados hacia finales de septiembre, el agujero de ozono marcó una diferencia notable respecto a los años recientes, en los que el área con disminución de ese gas alcanzó extenciones significativamente mayores.
Evolución estacional y factores climáticos
El agujero de ozono de este año comenzó a formarse hacia finales de agosto, un inicio más tardío en comparación con 2023. Investigaciones del Observatorio de la Tierra de la NASA han señalado que eventos de calentamiento estratosférico repentinos, detectados en julio y agosto, pudieron haber influido en este comportamiento. Estas perturbaciones, poco comunes, suelen alterar las condiciones necesarias para la formación del agujero de ozono.
Una vez que el agotamiento de la capa de ozono se intensificó, la extensión del agujero creció rápidamente, alcanzando áreas similares al tamaño del continente antártico (15 millones de kilómetros cuadrados) en los primeros días de septiembre. Posteriormente, se registró su máxima extensión a finales de ese mes, alineándose con el promedio histórico. En contraste, los agujeros de 2022 y 2023 habían alcanzado áreas cercanas a los 25 millones de kilómetros cuadrados.
El cierre del agujero también mostró una evolución destacada. A partir de octubre, su área disminuyó sostenidamente, persistiendo en torno a los 10 millones de kilómetros cuadrados durante noviembre, para finalmente cerrarse en la primera semana de diciembre. Este comportamiento difiere de los últimos cuatro años, caracterizados por agujeros más grandes y de cierre tardío.
Comprender la recuperación
Si bien el comportamiento del agujero de ozono en 2024 puede interpretarse como una señal alentadora, las razones detrás de los agujeros excepcionalmente persistentes de los últimos años siguen bajo investigación. Un factor clave ha sido la erupción del volcán Hunga Tonga-Hunga Ha’apai en 2021, que inyectó millones de toneladas de vapor de agua en la estratosfera. Este vapor, al alterar el balance químico y térmico, podría haber contribuido a vórtices polares más fuertes, lo que favorece un mayor agotamiento del ozono.
El calentamiento global y el efecto invernadero tienden a enfriar la estratosfera favoreciendo la formación de nubes estratosféricas polares y el agotamiento del ozono.
Además, el calentamiento global juega un papel paradójico: mientras la troposfera se calienta, la estratosfera tiende a enfriarse, facilitando la formación de nubes estratosféricas polares (NPP) y los procesos químicos que destruyen el ozono. Esta compleja interacción entre factores naturales y antropogénicos subraya la importancia de continuar con estudios detallados sobre la dinámica estratosférica.
Éxito global: el legado del Protocolo de Montreal
El Protocolo de Montreal, firmado en 1987, ha sido fundamental para reducir las sustancias que agotan la capa de ozono, logrando eliminar el 99 % de estos compuestos a nivel global. Este esfuerzo colectivo no solo ha favorecido la recuperación del ozono, sino que también ha contribuido a mitigar el calentamiento global, evitando un aumento adicional de 0,5 °C en la temperatura promedio del planeta.
El impacto positivo de este tratado se refleja en la evolución de los agujeros de ozono durante las últimas décadas. Sin embargo, los expertos destacan que la recuperación completa podría extenderse hasta mediados del siglo XXI. Esto dependerá no solo de la continuidad en la aplicación de las regulaciones, sino también de cómo evolucione el cambio climático y sus efectos sobre la estratosfera.
La protección de la capa de ozono es un ejemplo inspirador de cómo la acción global coordinada puede abordar desafíos ambientales complejos. Mantener este compromiso será crucial para garantizar un planeta más saludable para las generaciones futuras.
Fuente: Copernicus