
El Estado se ha convertido en el “azote de Dios” sobre el sector más vulnerable de nuestra sociedad. Una administración nacional indolente frente a quienes sufren las consecuencias de sus políticas elitistas, antipatrióticas y anti populares. La Argentina que queremos, no es ésta abandonada a los designios despóticos e incoherentes de un par de marginales apátridas e irresponsables.
Teniendo en nuestro ADN nacional todos los vestigios de guerras fratricidas, de negaciones de derechos largamente batallados, de logros y fracasos, individuales y colectivos; deberemos ponernos en alerta para no perder lo adquirido en función del bienestar general… ese bienestar que molesta al individualismo mercenario, al “sálvese quien pueda”.
La Argentina que queremos no menosprecia al ser humano, todo lo contrario, lo eleva sobre su existencia, convirtiéndolo en protagonista absoluto de su devenir. En dicha misión, la dignidad no se negocia ni se atropella, se ampara en el Estado de derecho, en el cumplimiento de un pacto social inclusivo y verdaderamente respetuoso de las libertades individuales, en equilibrio con un proyecto nacional factico y moral que complementa su existencia de manera integral.
La Argentina que queremos busca la unidad nacional, frente a los militantes del odio de clase, del ascenso y la justicia social. “Nadie puede ser feliz en un país que no se realiza mediante la acción conjunta de la comunidad y el Estado”, decía el viejo líder. Por ello el fanatismo y la irracionalidad no deben tener cabida en la ejecución de políticas públicas orientadas al bienestar general de la población.
Todos debemos sumar soluciones que empoderen la condición humana, respetando su dignidad e integralidad, sin lugar para lo contrario y más allá de cualquier bandería política.
La Argentina que queremos va por el desarrollo equilibrado de una democracia social nacional, capaz de representar a todos los sectores que la integran, sin menosprecio o sojuzgamiento de miradas e intereses sectoriales, puestos todos al arbitrio superador de un proyecto colectivo que incluya y respete la existencia del otro.
La exclusión material, educativa, social, cultural, por condición de género, ideología política u edad, no deben ser factores de disrupción en el entramado social, poniendo en peligro la relación armoniosa que debe darse entre los miembros que lo componen.
La verdadera libertad consiste en “ser junto al otro, no sobre el otro”. Del mismo, la democracia real se práctica mediante el consenso y el respeto de visiones que contribuyen al fortalecimiento de ese entramado comunitario rico y diverso.
La Argentina que queremos no castiga a los débiles y premia a los poderosos. No les niega el recurso material a los sobrevivientes de un sistema económico que los excluye y condena a la pobreza, convirtiéndolos en sumisos esclavos de una realidad agobiante que cercena derechos y sueños: no sin antes haberlos convencido de su destino trágico, invitándolos a sacrificarse por ese devenir autoritario y desmoralizante, en beneficio directo de los pocos poderosos de siempre.
La Argentina que queremos no es ésta que hoy vivimos con dolor e impotencia. No hace del dolor y la violencia una política de Estado, no discrimina y humilla la diversidad por cualquier condición que sea. La Argentina que queremos busca la paz, la integración, la riqueza material sin explotación humana, la verdad sobre la virtualidad masiva instaurada para engañar y castigar la visión alternativa al poder de turno.
La salida a este escenario tan adverso al desarrollo de una comunidad sana, consiste en la socialización de argumentos y fundamentos que marquen la diferencia con el statu quo perverso que hoy nos inmoviliza por cobardía o billetera amansa conciencias. La salida será colectiva, pacífica, moral y democrática, o no será nada…
(*) SILVIO ARIAS
Prof. en Ciencia Política