
En este rincón de la ciudad, la figura del Santo del pan y del trabajo no se rinde. La historia de su monolito es una historia de fe y persistencia. Una y otra vez ha sido atacado, destruido, golpeado por el descuido o la malicia. Pero siempre aparece una mano solidaria, una intención desinteresada que lo vuelve a poner en su lugar.
Javier Pérez, uno de los vecinos que más ha impulsado su recuperación, no oculta su emoción. “Los vecinos se acercan día a día para rezar o agradecer. Siempre hay alguien que deja una vela, una flor, un mensaje”, relata.
En una de las últimas restauraciones, el vecino Oscar Pinto donó una nueva capillita, Javier colocó nuevamente la imagen y otros vecinos se encargaron de devolverle su dignidad al lugar. “Este año también lo rompieron, y otro vecino volvió a repararlo”, recuerda Pérez. Y así, sin hacer ruido ni pedir nada a cambio, el monolito sigue presente, como testigo silencioso de la fe castense.

“Es un lugar de encuentro con la fe. La gente pasa, se detiene, agradece o pide. San Cayetano está siempre ahí”, dice Javier.
La historia emociona por su sencillez, y conmueve aún más por lo que representa: cuando un pueblo se une por aquello que valora, no hay acto de vandalismo que logre apagar su espíritu.