De una broma a un proyecto de vida

Nacho Castillo recuerda que su llegada al banco de Rucanelo fue casi casual: “Todo empezó como una broma con Pablo Lázaro, hasta que me propuso formalmente ser el técnico. No lo dudé. Fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida”. Después de un paso intenso por el fútbol de la Liga Pampeana, con Estudiantil y otros clubes, eligió este desafío como una manera de reencontrarse con el deporte desde otro lugar.

El cuerpo técnico se completa con Mingo Montelongo, Ceferino Paulino y Agustín Sosa, un grupo que él define como “más que compañeros, amigos que disfrutan cada entrenamiento y cada partido”.
Construir desde cero
Cuando asumieron, el desafío era grande: un plantel joven, sin divisiones formativas previas y con la necesidad de incorporar conceptos básicos de juego y entrenamiento. “El primer año perdimos más de lo que ganamos, pero siempre con una mejora partido tras partido. Lo importante era que los chicos crecieran y que el pueblo pudiera sentirse representado domingo a domingo”.


El tiempo y la constancia dieron sus frutos. En la segunda temporada Rucanelo ya logró el título en el Clausura y encadenó cinco clásicos consecutivos ganados ante Conhelo, un logro histórico para la localidad. A partir de allí, el equipo se acostumbró a pelear arriba y se ganó respeto en la Liga Municipal.

Identidad y pertenencia
Hoy, el 70 u 80% del plantel está integrado por jugadores de Rucanelo. Los refuerzos llegan de pueblos cercanos, pero siempre bajo un criterio muy claro: “Primero buscamos buenas personas y después buenos jugadores. Eso hace la diferencia. Nadie se quiere ir de Rucanelo, porque la gente los trata como si fueran de la casa”, afirma Nacho.
Esa identidad de pertenencia se refleja dentro y fuera de la cancha. “Más que un equipo somos una familia”, resume Castillo. “Se nota en la entrega, en la unión del grupo y en el respaldo de la gente. Cada domingo las familias acompañan, llevan tortas, sándwiches, gaseosas, y cuando jugamos de local la cancha se llena. Eso nos enorgullece”.

Un pueblo detrás de sus colores
Castillo no se olvida de quienes hicieron posible este camino: “Agradezco a Pablo Lázaro y Hugo Díaz por confiar en mí, al cuerpo técnico que es un grupo de amigos, y a las familias que hacen lo imposible por acompañar. La gente de Rucanelo ha hecho de este equipo una gran familia, y eso se siente en cada partido”.

Con el orgullo de haber llevado a Rucanelo a lo más alto de su grupo y con el objetivo firme de llegar a la final, Nacho Castillo y su equipo siguen escribiendo una historia que va más allá del fútbol. Una historia de amistad y compromiso que hoy llena de alegría a un pueblo entero.