El hartazgo ciudadano ante la falta de cambios profundos que le devolvieran credibilidad y prestigio a la política nacional -perdida en sus devaneos egocéntricos y mezquinos-, habilitó el ingreso de un grupo de personajes antisistema, sin experiencia política y carentes de un proyecto nacional de raigambre colectiva. El altísimo costo social, económico, cultural y democrático -, no ha hecho otra cosa que mutar en un incremento constante de la violencia política en todas sus formas.
Si a eso le sumamos la complicidad perversa de los grandes medios de comunicación que convenientemente “blindan” de naturalidad y excentricismo la acción política del gobierno nacional contra el pueblo, el escenario no puede ser peor. Pese a ser insultados y vilipendiados por la verba oficial, el autodenominado “cuarto poder” oficia de verdugo acrítico, ante los desmanes antidemocráticos e incoherentes de una gestión nacional paupérrima y ausente de toda humanidad frente al creciente dolor popular. Con la suma de los meses, las acciones gubernamentales nacionales e internacionales abundan en gravedad, atravesando todas las esferas sociales, quedando a salvo los privilegiados liberales que integran el círculo “demencial” (antes rojo).
Como anticipara el pensador nacional, José Ingenieros (autor de “Las Fuerzas Morales”): “Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad,.. los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta”. Así estamos. Condenados a esperar el final anunciado de un proceso antipolítico calamitoso, injusto, amoral, violento y desestabilizador en todos los órdenes de un Estado institucionalmente vulnerado por las “fuerzas del mal”; ante la observancia impávida de una dirigencia dudosamente paralizada e incapaz de contrarrestar los efectos nefastos de un accionar inhumano y antipatriótico.
El actual drama social padecido, solo encuentra paralelos en los períodos más oscuros de nuestra historia nacional, donde las tendencias conservadoras de la dirigencia política se resisten a perder los beneficios acarreados a partir de la monopolización autoritaria del poder, sin mediar recursos para conseguirlo, silenciando y sometiendo a las alternativas populares que luchan por sobrevivir ante el avasallamiento violento de sus derechos.
La vulgarización del debate institucional, la quita de derechos en materia de salud pública, educación, vivienda, previsión social, el desfinanciamiento de la inversión en infraestructura pública, investigación, ciencia, tecnología; la apertura irrestricta de importaciones que liquidan el desarrollo de la industria nacional, el trabajo y consumo internos o la confiscación de recursos coparticipables pertenecientes a los estados federales, son solo algunas de las catástrofes ejecutadas en nombre de la libertad de mercado, responsables directos de haber destruido el crecimiento material y espiritual de un pueblo que se resiste a ser humillado, ante la inoperancia de quienes deberían velar por su integridad y dignidad.
Sin memoria, sin justicia, sin educación cívico-política, con acciones corruptas y violencia institucional naturalizadas, no será posible revertir este estado de letargo inhumano y perverso en el cual nos encontramos como miembros de una comunidad que ha luchado por ser justa y soberana, inclusiva y pacífica. A la ofensiva individualista y sectaria de un proyecto sustentado en la búsqueda del lucro constante, se debe anteponer el modelo colectivo del bienestar común, el crecimiento material y la dignificación de la condición humana, sobre las bases posibles del desarrollo individual, conforme a los propios deseos de superación y felicidad fijados desde cada fuero íntimo.
Sin democracia social no hay comunidad organizada, no hay participación popular, no hay legitimidad posible sobre las acciones de cualquier gobierno que se erija como defensor de sus intereses y aspiraciones. Sin la reinstauración de valores colectivos como la solidaridad, defensa de la dignidad humana, cooperación, altruismo o justicia social, efectivizados a través de acciones concretas de gobierno, no será posible modificar el rumbo actual en el cual nos encontramos, inundados de bronca e impotencia ante la ceguera racional de quienes deberían actuar con mayor asertividad y celeridad. La Pampa es el ejemplo de que otro modelo político es posible, defendámoslo militando unidos en las calles, el debate popular y las urnas.

(*) Silvio J. Arias
Prof. en Ciencia Política
Afiliado y militante PJ – La Pampa