
El ritmo de vida que llevamos no da tregua y el “apagar incendios” gobierna nuestras actividades diarias. Hemos perdido la capacidad de parar. Y mas aún, hacemos en automático nuestras tareas, reaccionando y sin registrar nuestras sensaciones, como esta nuestro cuerpo, nuestros sentidos y sin revisar nuestras creencias y juicios. Nos perdemos de conectarnos plenamente en un abrazo con un ser querido por estar pendientes de nuestro celular, o de contemplar un paisaje, simplemente por estar pensando en lo que tengo que hacer mas tarde, a la noche o mañana.
Como siempre cuento en mis talleres, hace unos cuantos años atrás un día me tocó asistir a una formación donde la conferencista, Cristina Schwander, gran maestra, se descalzó y nos guio para hacer una meditación –respirar de manera consciente por unos minutos–. Hasta ese momento, el único reparo que había tenido en mi respiración había sido haciendo deportes, al momento de “cambiar el aire”, y si bien al principio dude sobre esta actividad, descubrí mucho mas que una simple práctica.
Se trataba de mindfulness, que justamente viene a ayudarnos a darnos cuenta, a despertar y estar “presentes en el presente”. Para dar una definición me remito a Jon Kabat-Zinn quien introdujo la técnica budista de la atención plena para ayudar a sobrellevar el estrés y el dolor de la enfermedad y que afirma que “mindfulness significa prestar atención de una manera especial: intencionadamente, en el momento presente y sin juzgar”.

Es un entrenamiento de nuestra mente y requiere constancia. Numerosos estudios demuestran que esta práctica produce beneficios en la estructura y en la actividad cerebral. Los investigadores sostienen que al practicar mindfulness estamos propiciando un cambio inmediato en nuestro estado mental y, más aún, si la práctica se prolonga durante un tiempo, se verifican cambios permanentes en nuestros circuitos neuronales, influyendo positivamente en la cognición y en la regulación de emociones, disminuyendo las consecuencias nocivas de la exposición al estrés. En palabras simples, cambia nuestra manera de ser y de reaccionar, y, en definitiva, mejora la calidad de vida.
Porque el darnos cuenta, hace que estemos plenamente presentes, conectados con nuestros sentidos, nuestro cuerpo y registrando el observador que somos. Principalmente, nos brinda la libertad de elegir entre reaccionar o responder. Reaccionar haciendo lo primero que surge en mí, en piloto automático; o responder, observando y registrando lo que nos pasa por dentro, reconociéndolo y evaluando la situación para dar nuestra mejor respuesta.
En este momento tan especial que vive el mundo, donde muchos de nosotros tenemos la posibilidad de, en cierta manera, hacer un “stop” y estar más tiempo en casa, es una oportunidad para conectarnos con nosotros, reflexionar y por qué no experimentar este entrenamiento. Esto que es mucho más que una práctica, es una manera de vivir, de una manera lúcida, sabia y efectiva que ya no es un lujo, sino una necesidad para nuestra salud emocional, física y espiritual.
(**) Por Mauro Campasso. Contador Público y Certificado en Mindfulness y Liderazgo Consciente.