
Lali Robledo nos cuenta su vida con su propia voz
El martes 8 de mayo de 2007, en el estudio de Radio Libertad, sabíamos que iba a ser una noche especial. Horacio operaba con la serenidad de siempre; junto a Juan y Héctor armábamos el estudio para tocar en vivo. Era la segunda temporada de “Brillantes Sobre el Mic”, un espacio dedicado a los artistas de nuestro pueblo. Todos los martes eran especiales, llenos de vivencias hermosas, pero este fue distinto. Esa noche nos visitaba la voz, la energía, la presencia de una persona maravillosa. Las miradas se cruzaban y nadie hablaba, pero todos sabíamos que existía una responsabilidad mayor. La vara se levantó sola. No hacía falta ninguna señal ni palabra para afirmarlo: todo estaba listo.

El programa era sencillo. El invitado venía, nos contaba su historia, y cantaba en vivo. Era casi una ley: necesitábamos registrar todo en vivo, sentir a los artistas transmitiendo esa energía con la crudeza de lo real, apenas se probaba el sonido.

A las nueve menos cinco llegó Lali Robledo con esa alegría arrolladora que siempre traía consigo. Saludó a todos, tomó un mate mientras la cortina musical sonaba, y a las nueve en punto de aquel martes 8 de mayo, se abrieron los micrófonos.
—Lali, comencemos por el principio. Marcela del Carmen… yo no lo sabía.
—¡Nadie lo sabe! Muchos se equivocan y me dicen María del Carmen. Pero no, yo soy Marcela del Carmen. Igual, es más fácil María, y en muchos lugares —inclusive cuando hago capacitaciones— me ponen María del Carmen y tengo que llevar los papeles para que me lo corrijan. Lali me llamó mi hermano Marcelo desde que yo era chiquita, un pichoncito. No sé de dónde sacó ese apodo, pero hasta el día de hoy soy Lali. A veces alguien me dice Marcela y ni siquiera me doy cuenta que hablan conmigo. No estoy acostumbrada a que me llamen por mi nombre. Y no es porque no me guste, al contrario, me encanta. Pero quedó Lali… y será Lali toda la vida.
—¿Quién eligió el nombre, papá o mamá?
—Mi mamá. Hay una cuestión familiar en el nombre: yo soy Marcela del Carmen, mi mamá es María del Carmen; mi papá, Oscar Osvaldo; y mi hermano, Marcelo Oscar. Todos tenemos un nombre compartido, salvo mi hermano más chico, que se llama Hugo Humberto. Pero ese fue un rebote… viste cómo es. Cayó nueve años después.
—María debe estar escuchando
—Sí, mi mamá está escuchando. Están en la quinta cenando ya.
—Lali, no solo sos cantante, también trabajás en los medios, sos una colega. ¿Qué te llevó a estar en la radio?
—Desde que yo me acuerdo me gusta la poesía, actuar, cantar… Siempre tuve una relación muy particular y afectiva con el micrófono. Desde chica canto, recito poesías, participé en coros… siempre sentí amor por todo lo que tiene que ver con la comunicación: hablar con la gente, comunicarme, estar cerca. El micrófono es eso: estar cerca de la gente. Aun sin darte cuenta, porque estás sola en un estudio haciendo un programa, no captás la dimensión de lo que producís en la gente, y cuando te llaman o te paran en la calle y dicen: “Vos sabés lo que me acompañaste hoy, estaba solo, me sentía triste, me levantaste el ánimo”. Ese tipo de cosas me hacen sentir muy bien. Esa elección de vida me hace muy feliz. Trabajar de lo que te gusta es un privilegio que pocos tienen y es muy importante. Mirá, trabajé en casi todas las radios: empecé en la FM del Sol, Universo, Impacto, Megatón…
—En televisión también trabajaste, Lali.
—Sí, en Canal 3, muchos años. Al principio hacía voz en off, después pasé al informativo y luego a notas en exteriores. Trabajo en los medios desde que tengo 16 años. Hoy estoy en los 36…
—Me salvaste de preguntarte la edad.
No, la verdad que no tengo ningún problema en decir mi edad, porque los años los llevo bien puestos y tampoco los siento como un peso. Al contrario: van pasando los años, vas ganando experiencia y hacés un poquito mejor las cosas.
—Tenés una voz hermosa, Lali.
—Gracias a Dios, sí. Mi voz la he cuidado siempre. Empecé a cantar El Mono Relojero en la escuela 195, con la Fifa Cayssials, desde los 4 años. Entré a esa edad porque nací el 10 de octubre y así hice dos años de jardín. Desde los 4 hasta los 6 cantaba El Mono Relojero, que era una canción para ir a dormir.

—¿A qué escuela fuiste?
—Los primeros años en la escuela 195, desde los 4 años hasta tercer grado. Después pasé a la escuela 44, porque mi hermano Marcelo iba al turno mañana y yo a la tarde, y a mamá se le complicaban los horarios. Así que fuimos los dos a la tarde a la 44 y egresamos ahí. Pero llevo la escuela 195 en el corazón, porque pasé unos años hermosos.
—¿En la escuela comenzó tu relación con la comunicación y el arte?
—Sí. Yo creo que algunos nacen y otros se hacen, y yo, gracias a Dios, nací con ese talento. Estoy muy agradecida. Tengo la bendición de transmitir a través de la música. Siempre me elegían porque soy muy expresiva; así que, si había que cantar, bailar o recitar, quería estar.
—¿Te acordás de tus compañeros, maestras?
—¿Sabés de quién me acuerdo mucho? De Horacio Lavigne. Cuando era chiquito era un gurrumín, flaquito. Y estaba el Colo Braun —¿y sabés qué hizo? — lo mordió en un brazo con tantas ganas que Horacio tenía el delantal, una camiseta abajo, un pulóver arriba y, aun así, con toda esa ropa le perforó la piel. Y Horacio, ahí chiquito, ni lloraba. De eso no me voy a olvidar nunca. —¡Y ni hablar de la cachetada que le puse a Javier Motta! ¡Cómo lo acomodé! Se usaban los delantales prendidos atrás, con los moños grandes, y este flaco no tuvo la mejor idea de desatármelo. Me di vuelta y se la puse. Vos sabés que le dejé los cinco dedos marcados.
—En la 195 cantabas El Mono Relojero, ¿y en la 44?
—Sí, y participaba en los actos. Pero mirá, yo siempre canté en la familia. Viste que sos chiquita y te ven que tenés algo. ¿Y qué hacíamos? Mi papá tocaba la guitarra y yo cantaba esta canción: “Cuando salí de Cuba, dejé mi vida, dejé mi amor, cuando salí de Cuba dejé enterrado mi corazón”. Era muy chica, pero me quedó grabado. Esas cosas de la vida…
—¿Y en la escuela, cuando no estaba papá?
—En la escuela, las docentes me acompañaban. Con piano, la señora de Castro —fue mi maestra durante muchos años— o con los famosos toc-toc, los palos de escoba. Esa etapa de mi vida siempre voy a agradecerla profundamente. Gracias a Dios y a la familia que me dio, porque, además de brindarme un hogar maravilloso, nunca me faltó nada. Fui una niña muy feliz, crecí con mucha felicidad, y eso me hizo hoy una persona de buen carácter. No me enojo fácilmente; si me enojo, se nota rápido, porque hablo mucho. Y si estoy callada, es porque algo me pasa. Siempre me levanto de muy buen humor, y lo que me enoja es el maltrato o una mala palabra… cosas que a cualquier persona no le gusta. Vuelvo a agradecer a mis padres, que trabajaron muchísimo para que no nos faltara nada. Nunca sobró, pero tampoco faltó. La contención familiar te permite crecer en libertad y a ser niño cuando tenés que ser niño.
—Yo me imagino a María y a Oscar siempre acompañando.
—¡Siempre! Mamá y Papá siempre estuvieron. De grande también, llevándome a Cosquín… diez años seguidos me acompañaron. Fuimos a todas las peñas y ellos bancaron todo. Te miento si te digo que yo puse un peso. Aun yo siendo mayor y trabajando, papá y mamá nunca se fijaron en eso. Ellos aman la música, el folklore. Lo mismo mi hermano Hugo, que es un excelente bailarín y canta muy bien. A veces hacemos coros hasta las dos o tres de la mañana y yo le digo: “Bueno, Huguito, me voy a dormir.”
—Es un desperdicio, ¿o no?
—¡Sí! Realmente sí, pero no sé por qué se lo dejó para él. A veces me dice: “Vamos a cantar”, él tiene su guitarra, papá tiene su guitarra, y cantamos… pero nunca se le dio por eso. A mí sí.

Ya habían pasado veinte minutos de la nota cuando Juan la invitó a cantar. El aire de la radio anunciaba que algo especial iba a suceder. Lali se acomodó en su asiento y tomó un mate sus ojos brillaron con esa alegría que solo tienen los que aman lo que hacen. Por un instante, el silencio se hizo absoluto. Escucharla en vivo fue para nosotros abrir una ventana hacia la música misma: “Campo Afuera”. Lali hizo que el sonido viajara y abrazara a quienes la escuchaban. La vimos entregarse a la música y, al mismo tiempo, recibimos todo lo que esa fuerza te ofrecía.
Hermosa chacarera, ¿te gusta?
—¡Me encanta! Apenas la escuché me gustó, costó un poquito aprenderla, tiene un trabajo vocal que me gusta. Podés frenarla, volver a arrancar… es como que podés jugar con esta chacarera. Y ahora es mi caballito de batalla, a la gente le gusta mucho.
—¿Vamos a la adolescencia, Lali?
—¡Ay! Muy complicada… A partir de los 14 años, con el desarrollo y todo lo que eso implica, empecé a engordar. En mi niñez fui muy flaquita, hacía mucho deporte, pero en la adolescencia comés todo o no comés nada… bueno, yo comía todo. Nunca fui obesa, pero sí muy fornida. Hacía jabalina, bala, corría —me gustaba mucho el deporte— y tenía fuerza en las piernas, por eso hacía postas, corría tres mil metros. Pero igual, siempre fui una “gordita”, y muy discriminada. Fue una etapa difícil. Viví muchos años encerrada, son cosas que casi nunca cuento. El que me ve ahora no lo puede creer, pero sí… viví encerrada desde que empecé a engordar. Me daba cuenta de que no podía bajar de peso, lloraba y comía. Era una especie de círculo: me sentía mal, comía golosinas, era una compulsión. Me resultaba más fácil comer que enfrentar lo que me pasaba. Y la discriminación era dura. A los chicos en esa etapa no les interesa cómo te sentís, se reían, me decían “alambre liso”, y yo era muy tímida. Cuando sos adolescente, lo que te dicen te pega mucho. Sentía que, si no eras flaca, no existías. Como yo no lo era, lo más fácil fue que se rieran de mí antes que intentar conocerme. Entonces te hacés un caparazón, te metés para adentro. Yo escuchaba mucha música, leía, y recién empecé a salir al boliche a los veinte años. Desde los catorce hasta los veinte, en mi casa. Siempre fui medio “machona”, de caminar fuerte, y me decían “Lali, caminá bien, que parecés un alambrador”. Además, nunca fui de maquillarme ni arreglarme mucho. Hasta hoy: me lavo la cabeza y no me peino. Nunca fui de las que se levantan para maquillarse, jamás. El entorno no me lo perdonaba. Una vez estaba en The Mouse con mis amigas, salieron todas a bailar, y la única que quedó sentada fui yo. Fue muy triste: nadie quería bailar con la gorda. Pero mirá, con el tiempo entendí que esas cosas te marcan. Te hacen más sensible, te enseñan a mirar al otro con empatía. Hoy, si veo a alguien pasando por eso, sé cómo tratarlo, cómo comprenderlo. Esas experiencias te forman, te hacen crecer como ser humano. Y si miro atrás… agradezco. En ese momento dolió, pero hoy lo agradezco. Me ayudó a ser quien soy.
¿Hoy lo recordás con otra mirada?
—A los 14 no lo entendés. No entendés por qué te discriminan, por qué se ríen. Me decían “Zatopek”, la locomotora humana, también por el deporte. Tenía muy buena masa muscular, pero no dejaba de ser una gordita, entonces fue difícil. Bariloche fue difícil. Me apoyé en mis amigas y busqué la forma de pasarla bien, de ser feliz… pero cuando sos chico y no sabés muy bien para dónde ir, se te complica. Fue una época muy difícil. No volvería jamás a la adolescencia. Sí a la niñez, porque eso fue hermoso, espectacular.
El lado artístico en la adolescencia… ¿cómo lo viviste?
—Un cable a tierra. Todo eso que sufría lo canalizaba a través de la música. Eso me potenció y me hizo muy buena cantora. Me dije: “soy gorda, pero puedo ser muy buena cantando”. Aproveché esa fuerza, me apoyé en mi pasión. Era como sacar de adentro esa tristeza, y cantando fui una persona totalmente feliz. Esa media hora, o ese medio minuto que cantaba, era completamente feliz.
—Uno en la adolescencia empieza a buscar cosas, a elegir… En esa etapa, ¿qué escuchabas, ¿qué leías, ¿qué buscabas?
—Me gustaba mucho leer libros en los que me veía reflejada, cosas que tenían que ver conmigo. Libros que hablaban de soledades, de tristezas… o también de alegrías. El Principito me marcó muchísimo. Esas fantasías que te transportan a un mundo irreal, cuando sos adolescente te vienen bárbaro. Me servía mucho.
En cuanto a la música, me gustaba lo melódico. Buscaba canciones que me ayudaran a canalizar lo que sentía, pero también que tuvieran que ver con mi gusto personal. Me encantaba Valeria Lynch —ni hablar de José Luis Perales, ¡esas letras! —. De Valeria me aprendía todos los temas, me gustaba muchísimo, además tenía un timbre parecido y podía cantar sus canciones, llegaba bien.
Después Estela Raval… recuerdo que con el Negro Rosli, que me acompaña desde los 14 años hasta hoy, tocábamos melódicos. En esa época él me decía: “Cantá La balada de la trompeta”, y salía fenomenal.
En este tramo, la conversación se volvió más íntima. Su voz bajó, pero no perdió firmeza. Hablar del pasado, de esas heridas viejas, no era fácil. Sin embargo, Lali lo hacía sin rencor, con una madurez que conmovía. Lo que más me impresionaba era la ausencia total de resentimiento. En su mirada había serenidad, una paz conquistada con talento. Y mientras hablaba, pensaba en la cantidad de personas que, durante el programa, querían participar para contarle sus propias tristezas: “Lali, se me fue mi compañero…” “Lali, estoy muy sola…”- Ella los escuchaba con paciencia, con ternura, con esa fuerza que solo tienen quienes conocen el dolor y lo transforman en amor para los demás. Fue entonces cuando entendí que aquello que había dicho —“agradezco lo difícil, porque me hizo ser quien soy”— no era una frase, sino una verdad vivida. Lali no solo consolaba a la gente: nos mostraba, sin proponérselo, esa estrella que puede con todo.
Y entonces sonó “Escríbeme una carta”. Tomó el micrófono con mucha sutileza y nosotros —que veníamos de escuchar una confesión tan profunda— quedamos atónitos de alegría. Era como si, después de tanta emoción contenida, la música nos diera permiso para sonreír otra vez.
—Lali, pasamos por tu adolescencia y me gustaría hablar del escenario, de los shows. Me dijiste que te acompañaba el Negrito Rosli.
—Sí, el Negrito Rosli me acompañó muchos años. Acá en Castex nos presentamos muchísimas veces. Y bueno… ya sabés, más de cinco es multitud cuando empezás (risas). Arriba del escenario siempre me sentí bien, cantaba y me transformaba, ¿viste? A veces me ponía nerviosa, y eso impacta en las cuerdas vocales. Un Pre Cosquín lo perdí por una difonía, ¿sabés? Los nervios son terribles. Pero con los años aprendés a controlarlos. Cualquier cosa que me pasa me ataca a la garganta, es así. Tenía una difonía nerviosa que me mataba. Con el tiempo, con los profesores de canto, aprendés ejercicios de relajación que te ayudan a aflojarte, porque la tensión hace que los músculos se encojan y la garganta se cierre. ¡Y no sale nada! Te ayuda mucho la experiencia: cantar, cantar y cantar, subir al escenario, estar en contacto con la gente. Después te vas mentalizando y te das cuenta de que podés controlarlo. Lo aprendí y ahora me va mucho mejor. A mí me becaron a través de la municipalidad de Santa Rosa, y me enseñó muchísimo Lili Trap. Canté lírico, durante mucho tiempo, en alemán y en italiano. Me enseñaron a pronunciar, a colocar la voz. Yo soy contralto, pero llegaba a notas de mezzosoprano, esas notas vírgenes que todos tenemos, y que si las trabajás, te abren un registro más amplio. Mis notas naturales son de contralto, pero tenía a mi lado a Cecilia Gallo, una soprano con la que hacíamos dúos. Después no pude volver, porque la beca se terminó. Nunca me voy a olvidar: una vez Lili me dijo “sos un aborto de la naturaleza”. Me quería llevar al Teatro Colón con sus profesoras. Me quedé, pero seguí cantando. Cuando Lili me ve, se ríe, me señala con el dedo y me dice que podría ser una gran cantante lírica. Fue en esos años en que no se podía… yo tendría 18 o 20, y no pude ir. Me quedé.

— Lali, contame cuándo empezaste en los escenarios grandes. ¿Cuándo comenzás a viajar a Cosquín?
—Mirá, desde los 16 en adelante canté y canté. Siempre con el apoyo de mis padres, que hacían un esfuerzo enorme y me llevaban a Cosquín. En cada peña que había, allí estaba yo. En 1997 fui por primera vez a Cosquín; ese mismo año fuimos al Festival de Baradero, y ahí me dieron una mención de honor. ¡Vos sabés que la chica que ganó tenía una voz espectacular! Por pocas centésimas quedé atrás, pero fue hermoso igual. En 1998 conocí las peñas de Cosquín, y eso es lo mejor. Mientras se hace el festival, los artistas que cantan en el escenario mayor después se van a las peñas, y allí estás con ellos: podés charlar, se sientan con vos, se toman un vino, pero así, sencillamente. Hasta canté con muchos de ellos. Una vez hicimos un dúo con Facundo Toro y cantamos “Escríbeme una carta.” Yo estaba esperando para cantar y él también; primero cantaba yo y después él hacía el número principal. Nos pusimos a charlar —imaginate yo, “que no puedo hablar”—. Callé tanto en la adolescencia que un día exploté, y ahora hablo hasta por los codos. Cantamos esa canción así, de frente, como estamos vos y yo. ¡Es espectacular eso! También con Luciano Pereyra… hermoso. La música te da esas cosas, y mucho más.
—¿Cuándo decidiste que ibas a cantar en todos los escenarios habidos y por haber?
—En 1998 empecé. Porque en Cosquín, en las peñas, no hay gente de acá. En Castex yo canto ante todo el pueblo, vienen, te dicen: “¡Qué lindo que canta!”, pero claro, es la Lali Robledo y es de Castex, cómo no la vamos a apoyar. Pero cuando vas a Cosquín, la gente no sabe quién sos, ¿entendés? Y hay gente de todo el país. Vienen y te dicen: “¡Qué lindo!” sin conocerte, y ahí abrís un poco los ojos y pensás: “debo estar haciendo las cosas bien”.
Me pasó, y no te puedo explicar lo que se siente cuando el público se pone de pie para aplaudir, o en una peña te piden otra. No te queda más que llorar. Vos decís: “estoy en otro mundo”. Esos gestos se te quedan grabados, sentís que algo tenés. Viste que te dicen “tenés ángel”, y ahí pensé: “¡pucha!, estoy haciendo algo bien”. Y empezás a valorarte, a hacer las cosas desde otro punto de vista. Te preguntás: “¿cómo? Si este que viene de allá y aquel del otro lado, todos coinciden en que hago las cosas bien… algo bueno hay en eso”
A partir de ahí traté de hacerlo lo mejor que pude, porque es complicado, más cuando sos solista. Tenés que conseguir músicos, y somos muy bohemios todos: a veces pueden, a veces no. Y para asumir un compromiso, tenés que estar segura de que los músicos van a estar, ¿entendés? Ensayar, coordinar… se complica mucho para un solista.
En el último show, en Parera, fui con pista, porque no daba el presupuesto. A los músicos hay que pagarles bien, porque se lo merecen.
—¿Vos cómo te sentís cantando con pistas? ¿Es diferente a tener tres músicos atrás?
—¡Diferente! Totalmente distinto. Si tenés músicos en el escenario, te permite jugar un poco con el público. Con la pista, si salís de tiempo, fuiste, perdiste: la pista sigue y vos quedaste. En cambio, el músico te permite parar, se luce y es otra cosa. Se siente diferente. Es más lindo, por supuesto.
—¿Y al público le impacta escucharte cantar con pistas?
—Hay cierto público que sí. El más tradicional está acostumbrado a escuchar a los músicos en vivo. También tiene su mérito pararte sola, vos y tu alma, a cantar sin músicos que te respalden o te den la nota. Impacta, y te lo valoran. Hay que subir a un escenario con luces, con seguidores, y vos solita, con tu alma… hay que estar.
El teléfono no paraba de sonar; mensajes, saludos y felicitaciones se acumulaban: el pueblo quería hablar con Lali. Llevábamos más de una hora y veinte de programa y todo se había distendido; el estudio ya se sentía como una reunión de amigos. Cuando agarró el micrófono y empezó a cantar la zamba, entendí la frase que dijo: “tenés ángel”. Comprendí a qué se refería. No era solo la técnica, la experiencia o la afinación perfecta; era algo más profundo, una energía que no se podía contener y flotaba suavemente sobre nosotros. En ese momento quedó claro que había algo en ella que iba más allá de la música, algo que hacía que cada interpretación se sintiera única y verdadera, como si cada segundo se estirara para dejar espacio únicamente a esa música.

— ¡Qué hermosa zamba! Ya hiciste una chacarera, una canción y una zamba. Tenés un repertorio muy variado.
—A mí me gustan mucho las canciones, pero creo que es esencial tener un repertorio variado para el público. ¿Si no, para quién vas a cantar? No vas a cantar solo para vos. Canto para mí algunos temas, y otros los canto para la gente.
— Lali, además de Cosquín, ¿recordás otros escenarios?
—Junín, ¡hermoso! Un sonido espectacular. La peña de Los Fronterizos, canté a las cinco de la mañana; me escucharon, fueron a felicitarme y me dijeron que volviera al día siguiente. Canté a las doce de la noche en horario central, y después vinieron otros artistas de renombre nacional. Ahí me dijeron: “Si nosotros podemos, te vamos a llevar a cantar al escenario mayor”. No pudieron hacerlo, hacía mucho que no estaban y no tenían peso para pedir, solo tocaron ellos. Pero me quedó eso: volví al día siguiente y se disculparon, y me dijeron: “No pudimos, Lali”. No se dio… pero por ahí se da, qué sé yo, la vida da tantas vueltas…
—¿Tus músicos? ¿Quiénes te acompañaban en esa época?
—En esa época estaba Sam Peralta, un excelente tecladista que decidió terminar con su vida. Yo lo quería mucho; él me contaba sus cosas y yo le decía: “No, dejate de hinchar, la vida es tan linda”. Y bueno, esas cosas, ¿no? También estaba Mauricio Panero, un musicazo y un amigo excelente, muy, muy buen amigo. Ellos fueron conmigo… Y Mati Sánchez también. Hacíamos una versión de “Milonga del Trovador”: yo entraba a capella y después se sumaba el teclado, que era una locura; Sam había hecho unos arreglos espectaculares. Y Mauricio en la guitarra… ¡no sabés! ¡Barbaro!
—Lali, Y El Viento Va…
—Vos sabés que “Y El Viento Va”… viste cómo era Livio Curto, él decía: “Esto me gusta y esto va”. En esa época se buscaba una canción que identificara a Eduardo Castex. En realidad, los chicos de Witru-Che hicieron una canción muy bonita sobre Castex, pero surgió cierta controversia sobre cuál canción sería la elegida. A Livio le gustaba “Y El Viento Va”, y quedó decidido: había que grabarla. Livio dijo: “Que la cante La Lali”. Así que con Marcos Alitás y Fabricio Alejo la grabamos, y quedó. Es una satisfacción personal que jamás imaginé recibir.
Gracias a esa canción recorrí toda la Provincia de La Pampa: actos escolares, aperturas que se hacen en distintos pueblos con Marín y Verna. Durante dos o tres años fui a cantar “Y El Viento Va”. El otro día fui a General Acha a la apertura de los Juegos Culturales y me encontré con gente de La Pastoril; en Santa Isabel, los chicos aprenden la canción en la escuela y la cantan. Yo me quedé helada, no entendía nada.
Esa canción está en toda la provincia y me llena de orgullo. Por ejemplo, ir a la escuela de Conhelo y que los chicos te canten la canción, igual que en las escuelas de acá… ¡vos vas y los chicos la cantan con vos! Y bueno, así va a quedar “Y El Viento Va”. ¿Viste cómo es la vida? Dejar algo en el mundo… me puedo ir mañana tranquilamente y sé que voy a quedar para siempre en esa canción. Definitivamente.
La emoción de Lali al contar la historia de “Y El Viento Va” dejaba ver algo más que orgullo profesional: era la sensación de haber dejado una huella profunda, imborrable en el pueblo y en toda la provincia. Cada nota cantada, cada escuela visitada, cada gesto de los chicos que aprendían la canción, demostraba que la música puede trascender generaciones. En ese momento quedó claro que, más allá de su talento, lo que perdura es la conexión con la gente, ese lazo que hace que una canción se convierta en parte de la memoria colectiva. “Y El Viento Va” no es solo un tema; es un legado que habla de identidad, cariño y para todos nosotros de Lali
—Lali, pusiste una pausa en el canto, ¿qué hacés hoy?
—¡Me casé! Con Darío llevamos años dando vueltas, y llegó un punto en que hay que aflojar un poco… ya estoy grande. Uno tiene que tener su familia, ¿viste? Y él, pobre santo, no es de los que se vuelven locos por ir a una peña, pero siempre me acompaña, me lleva, siempre me bancó. Es muy tranquilo y yo una polvorita. Darío siempre está: en las buenas y en las malas, siempre está. El sábado que viene, por ejemplo, me acompaña a Miguel Cané.
—Hoy, aunque pusiste una pausa, te siguen llamando. ¿Cómo llegan a contactarte?
—Yo estudié Periodismo en Santa Rosa, y conocí mucha gente. Porque en la facultad, ¿qué pasa? los que no están en Canal 3, están en algún diario, y así vas haciendo contactos. Uno de los chicos que está en Ceremonial y Protocolo, otro en locución… te llevan a un acto, a otro, ves a un intendente, y es simple. Por ejemplo: para ir a cantar a Parera me llamó la señora del intendente. Me dijo: “Lali, tenés que venir”.
Cada fin de año se hace una cena: una con todos los intendentes y otra con los legisladores y funcionarios. Y como Verna siempre me escucha cuando pasan “Y el Viento Va”, me ve haciendo locución y me dice: “¿Qué estás haciendo vos? ¡Vos tenés que cantar, no hacer locución!”.
Y yo le digo: “Bueno, gobernador, una hace lo que puede, hay que ganarse la vida”.
Entonces, una cosa lleva a la otra: fui a Casa de Piedra a cantar, y bueno… de esas relaciones salen contrataciones.
—Lali, ¿y ahí no hay un toquecito, una ayuda?
—Si yo quisiera, sí, ¿sabés? Pero no, hoy no. Si voy a golpear una puerta será cuando tenga que grabar, con decisión, y sé que van a estar.
—¿Y algo grabado tenés, verdad?
—Sí, algo tengo, de la época que tocaba Sam. Mirá, vos sabés que no me di cuenta de traerlos para escucharlos, para que los tengan ustedes, pero los voy a traer. Esta música que estamos haciendo hoy la grabaron Carlitos Pérez en primera guitarra, Adrián Telechea en segunda, y el bombo es de Rubén Ramírez. Ellos grabaron las pistas; se hizo con mucho sacrificio y con la ayuda de mi papá. Y ahí te das cuenta: si no está tu familia para darte una mano… en lo que hagas, no importa qué, pero ellos están, y eso es muy importante.
—Lali, te casaste, estás trabajando y ahora estás más relacionada con los medios.
—Sí, estoy muy contenta, porque yo siempre hice informativos, viste que la parte informativa no te deja mostrar tus cosas, u otras facetas de tu personalidad. Pero bueno, hice ”Reina de Corazones” con Lorena Servetti, después Cachi me llamó para trabajar con él, y ahí agarré viaje. Y apareció la otra Lali, la que tenía escondida, justo cuando el Cachi había dejado “Partidos por el Medio”. Con esto de la radio saqué eso que soy, no inventé ningún personaje: yo soy así.
La radio y el programa del Cachi me ayudaron a mostrar lo que realmente soy todos los días. A veces me enojo, como todo el mundo… ¡sino pregúntale a Darío!
—¿Cuánto tiempo de casada, Lali?
—Me casé el 18 de noviembre, en estos días va a hacer seis meses. ¡Darío, medio año!
—Lali, no me gustaría cerrar el programa… te digo la verdad, está tan linda la charla.
—¡Está bárbara!
—Tengo que agradecerte, Lali, por venir.
—No agradezcas lo que uno hace con ganas.
—Lali, es muy lindo tenerte. Además de ser muy creíble, es impresionante la cantidad de mensajes y llamados; dicen de verdad la persona que sos, realmente. ¿Cantamos?
—Por cábala voy a cantar… esperá que la busque. ¿Viste que soy como Mercedes Sosa? Bueno, vamos a hacer “Así fue”. Hace muchísimo que no la hago. Después buscamos “Virgen India”, si está por ahí… ¡Así fue!

Aquella noche fue mucho más que una entrevista. Fue un reencuentro con una voz, con una historia y con una forma de sentir la vida. Lali tenía esa rara virtud de hacerte olvidar los micrófonos, de convertir el estudio en una casa abierta donde todos querían entrar. Su risa, sus anécdotas, su manera de decir y de cantar dejaban una huella.
Pasaron los años. Lali siguió su camino, y un día se nos fue. Pero su voz sigue flotando sobre los campos, en las radios, en los patios donde alguien todavía tararea “Y El viento va”… Hay canciones que no se apagan: laten en quienes las escucharon, en quienes alguna vez compartieron su luz.
Y así, cada martes, cuando el micrófono se enciende y la noche vuelve a abrirse, esperamos —como aquel día— que, entre una voz, que suene su risa, y que Lali, desde algún lugar, vuelva a cantar. Al despedirse, dijo con esa mezcla de emoción y serenidad:
“Che, realmente gracias: porque me voy contenta, viste cuando una se va satisfecha de haber hecho algo. Me voy contenta, la verdad que no esperaba que este programa iba a ser así, ¡me sacaste mucho! Me voy contenta, me voy en paz. Gracias a todos por todo.”
Marcela Del Carme Robledo por siempre Lali
Fuente: Entrevista realizada por Juan Gómez a Lali Robledo en el programa “Brillantes sobre el Mic”, emitido el 8 de mayo de 2007 por Radio Libertad, Eduardo Castex, La Pampa.
Programa completo escuchar acá:
(*) Por Pablo Bono para Castexonline.com

















